Los raudales o ‘cachiveras’ del río Vaupés han dificultado siempre su navegación, pero también han preservado su riqueza étnica.
Un día de 1932 el piloto nortesantandereano Camilo Daza acuatizó en el río Vaupés tras divisar en su margen derecha un poblado indígena. El pueblo, de casas dispersas y gente afable, llevaba el nombre de Mitú. Sus amplios humedales eran ricos en fauna, y cuatro eminencias del terreno lo rodeaban, como cerros tutelares. De regreso en Bogotá, el aviador recomendó al presidente Olaya Herrera a Mitú para erigir allí la capital de la comisaría del Vaupés, que se crearía en 1935.
El nombre de Mitú viene de la lengua ñengatú, o lengua ‘yeral’, el idioma tupí-guaraní del Paraguay, que los portugueses promovieron como lengua franca de los grupos indígenas en sus extensos territorios de colonia.
En ñengatú, ‘mitú’ es el nombre de un pájaro selvático muy apreciado por su carne, que en español se llama pavo de monte, o paujil. Mitu mitu es, de hecho, su nombre científico.
Aguas arriba de la ciudad de Mitú hay unos rápidos a los que llaman el raudal del Paujil. Estos raudales o ‘cachiveras’ -más de sesenta a lo largo del río- han dificultado siempre la navegación por el Vaupés, y contribuido sin duda al aislamiento de estas tierras.
Remontando a remo esos raudales, llegó en 1853 a este lugar el sacerdote capuchino italiano Gregorio María de Bene, y fundó la Villa de la Santa Cruz de Mitú. Según sus actas, ya había dos centenares de habitantes de diferentes etnias en el poblado cuyas calles trazó. (Ver También: El Festival de las Piedras)
Según la cosmogonía indígena, el verdadero origen de Mitú data de siglos atrás, cuando una gigantesca anaconda, cargada de indígenas en su lomo, remontó el Vaupés dejándole a cada etnia un territorio propio. A lo largo del curso del río están los tukanos o hijos del tucán, los desanos o hijos del relámpago, los makunas o gente del agua, y los cabiyarí, que son los hijos del cangrejo. Las tierras en donde hoy está Mitú fueron asignadas a los cubeos, que son los hijos del mítico dios Kubay.
Gracias a sus raudales y a sus selvas inhóspitas, las tierras del Vaupés se han mantenido ricas, como ninguna otra en Colombia, en diversidad étnica. Aquí hay más de una veintena de familias lingüísticas. Son muchos, también, los mitos y las leyendas.
Cuentan la tradición oral que en épocas remotas los indígenas del río Amazonas remontaban el Vaupés en sus canoas para cazar a los nativos; luego los engordaban y se los comían en medio de grandes fiestas. Las historias de antropofagia son comunes aquí.
De hecho, en el mercado dominical de Mitú se consigue un ají cuyo nombre en varias lenguas nativas se traduce como ‘para comer blanco’. Los mayores del pueblo aseguran que la carne que hay entre los huesos de las manos y los pies es, según contaban los ancestros, la más apetitosa. No sólo era el ansia caníbal lo que atraía invasores.
En épocas más recientes, los curripacos y los puinaves, etnias del Guainía, remontaron el río Vaupés para robarse las mujeres de los cubeos. Luego llegaron los opitas y otros colonos del interior, refugiados de las muchas guerras de la última centuria. Pero éstos en vez de llevarse a las indígenas, o de simplemente engendrarles hijos, se quedaron conviviendo con ellas.
Los primeros colonos blancos llegaron en los tiempos de la bonanza del caucho, que en el Vaupés no tuvo tantos episodios trágicos como en el Caquetá o el Putumayo. Los caucheros vaupesanos explica el historiador Milciades Borrero tuvieron más nexos con la tierra y con los indígenas; fueron parientes más que amos.
Vendrían otras bonanzas: la de las pieles, que afectó seriamente el ecosistema local, y la de la coca, que impulsó entre 1979 y 1983 grandes riquezas efímeras e historias de derroche inverosímil. Pero el momento más duro en la historia de Mitú ha sido sin duda la toma del pueblo por las Farc en noviembre de 1998. Tres días estuvo la ciudad en poder de los guerrilleros. El pueblo recuerda las detonaciones y los disparos de esos días sangrientos.
Muchos de los policías y militares secuestrados en esa ocasión continúan en manos de sus captores, después de casi nueve años de cautiverio. Medio siglo más atrás, en 1954, hubo en Mitú otra visita poco deseable. Escapando a la persecución de los cazadores de nazis, llegó por el río el criminal de guerra alemán Adolf Eichmann, quien fuera comandante de las SS y protagonista en la ‘solución final’ de Hitler.
Dos días estuvo en Mitú, acompañado de su médico personal y protegido aseguran por las comunidades de religiosas. Un avión Catalina acuatizó junto al poblado y lo llevó luego con rumbo desconocido. Como se sabe, en 1960 Eichmann sería retenido en Buenos Aires por agentes secretos israelíes, juzgado en Israel y condenado a la horca.
El gran Vaupés de aquel entonces, con una extensión mayor que la del actual departamento del Amazonas; fue por casi treinta años la división política más grande del país.
Comprendía los territorios del Guainía, que se separó en 1963, y del Guaviare, que se independizó en 1977. Hoy queda de él un territorio en forma de cuña, remoto como pocos; con un pasado que nadie ha escrito aún, y un futuro que todavía está pendiente de trazar.
Diego Andrés Rosselli Cock, MD
Neuroepidemiólogo, historiador, académico
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