Pocas ciudades colombianas tienen tantos músicos por metro cuadrado como El Espinal, Tolima, cuna del Bunde.
La verdadera “ciudad musical” es El Espinal, y no Ibagué. Por lo menos eso asegura el compositor, poeta y escultor espinaluno Augusto “El Loco” Cervera. A Espinal –y qué más prueba que eso– bajaba a inspirarse el maestro Alberto Castilla, el fundador del Conservatorio del Tolima.
Fue aquí, en una esquina de la plaza principal, en donde nació en septiembre de 1914 el Bunde Tolimense, una de las piezas musicales más representativas del folclor colombiano.
El Bunde de Castilla, que es hoy el himno oficial del departamento del Tolima, es mucho más que una canción cualquiera. En él se combinan los principales ritmos del Alto Magdalena: bambuco, guabina, danza, pasillo y hasta el joropo del Tolima Grande, ése que luego bautizarían sanjuanero. (Ver También: El Mito de la Gaitana, Pitalito)
Y al otro lado de la plaza de Bolívar, cruzando el atrio de la iglesia catedral de Nuestra Señora del Rosario, hay una vieja casona con una placa empotrada en la pared.
Fue allí el lugar en donde Milciades Garavito, inspirado por el ambiente jubiloso de las fiestas patronales, compuso el bambuco fiestero San Pedro en El Espinal.
También fue en El Espinal, en unas fiestas del San Pedro, en donde coincidieron un día por primera vez Rodrigo Silva y Álvaro Villalba; y empezó aquí, pues, el famoso dueto de las cuatro docenas de discos.
Pero no todo es música. En El Espinal el interés en la historia inicial del pueblo vino a surgir –quién lo creyera– por interés de los políticos, que buscaban un día preciso para poder conmemorar la fundación.
Fue así como fijaron por decreto la fecha oficial el 3 de abril de 1783, por ser ése el día en que el arzobispo Antonio Caballero y Góngora autorizó el traslado de la parroquia al lugar actual.
Hasta entonces la sede parroquial estaba a orillas del Magdalena, en las bocas del río Coello, en un lugar llamado Upito que poco a poco se fue despoblando. Pero es claro que para entonces el pueblo ya estaba “fundado”, afirman los que defienden la fecha de septiembre de 1754 para el origen del poblado.
Y como apoyo a esta última fecha, hacia 1760 visitó el pueblo de El Espinal el último de los cronistas de Indias y precursor de la Expedición Botánica fray Juan de Santa Gertrudis, autor de las Maravillas de la naturaleza.
Debía ser entonces ya un pueblo de alguna consideración ya que afirma textualmente el fraile “Nueve días hube de menester para confesar la gente, porque viendo que eran muchos, me apliqué también a confesar en las tardes.”
A la larga la fecha exacta no importa, dice sabiamente el maestro Gonzalo Sánchez, director de la más reconocida banda local. Que los curas celebren en abril, cerca de los Días Santos, el traslado de la parroquia, y que los políticos con sus discursos celebren en septiembre la supuesta fundación original.
Con eso, si consideramos las fiestas del San Pedro a mitad del año y la navidad al final, se ajusta muy bien el calendario festivo del pueblo. Pero claro, los relatos de conquistadores y fundadores no son la única historia que cabe rescatar.
El Espinal también tiene sus historias clandestinas. Esta encrucijada de caminos fue en su respectivo momento escondite de Pablo Escobar y de Gonzalo Rodríguez Gacha.
También fue aquí la sede de los encuentros de la comandancia del M-19 en sus años de beligerancia. Y en tiempos más recientes fue aquí, en un hotel de la ciudad, en donde arrestaron a Fernando Arellán; el guerrillero de las Farc acusado de dirigir el atentado contra el club El Nogal.
Después de todo el apodo de “pelachivas” que les aplican a los espinalunos podría tener su origen en la ilegalidad. Una de las teorías etimológicas del curioso sobrenombre asegura que los muchachos del pueblo eran aficionados a robar –y pelar–; las cabras que en épocas remotas se alimentaban de las plantas espinosas que aquí crecían.
No, El Espinal no es tan sólo la tierra de la avena helada, las achiras y el quesillo, como creen tantos viajeros de paso. Para los devotos –o los aficionados a la arquitectura– bien vale una visita a la iglesia catedral. Su ambiente es fresco, algo que se agradece en estos climas tórridos.
Y lo es no sólo por lo alto de sus tres naves; sino por tener puertas de muy original diseño en los dos extremos de sus naves laterales.
Nada, sin embargo, iguala aquí en importancia a las más que centenarias fiestas del San Pedro. En pocas ocasiones se han dejado de realizar estas festividades de junio, más paganas que religiosas; con su corraleja, sus desfiles, su parranda y su reinado.
Durante 1.899 se suspendieron las fiestas por la guerra de los Mil Días y en 1948 por el asesinato de Gaitán. En 1958 la recién creada diócesis de El Espinal impuso por baculazo su clausura; que por suerte para el folclor colombiano no aguantó mucho tiempo
Cierro esta crónica con una estrofa del bambuco fiestero Se prendió la jiesta, que lo resume todo; “Hay chicha de Jacinta, tamales de Anastasia, lechona de Georgina, insulso de Tomasa; se oyen las comparsas, chirimías y danzas, gocemos de la caña… y así la vida pasa.” Para qué más.
Diego Andrés Rosselli Cock, MD
Neuroepidemiólogo e historiador
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