La suerte le jugó una mala pasada a Pascual de Andagoya. Cuando estaba a punto de convertirse en uno de los grandes de la conquista de América, una lesión lo dejó lisiado de la cintura para abajo durante tres años.
No pudo, así, lanzarse a la conquista del recién descubierto Mar del Sur, y dejó el camino despejado para que Francisco Pizarro y Diego de Almagro se alzaran con la fama en Perú y Chile.
Pero una amplia porción de la costa, aquélla que corresponde hoy, casi exactamente, al Pacifico colombiano, fue desdeñada por Pizarro y Almagro.
La encontraron pobre en orfebrería, además de malsana y plagada de indígenas hostiles. Andagoya, recuperado, consiguió que los reyes le escrituraran, en 1538, lo que se llamó la gobernación del río San Juan, cuyo nombre, de paso, no provino del caudaloso río chocoano, que entonces aún no se llamaba así, sino del río caucano San Juan de Micay, un poco más al sur.
En marzo de 1540, con doscientos hombres y cincuenta caballos, Pascual de Andagoya desembarcó en la amplia y resguardada bahía que llamó Buena Ventura como un homenaje a aquel general de la orden franciscana que había sido bautizado con ese nombre por el mismo san Francisco de Asís. No fue, pues, una alusión de Andagoya a su propio destino infortunado.
A los pocos días, don Pascual y sus hombres emprendieron el camino hacia la recién fundada ciudad de Cali, al otro lado de la cordillera, en un viaje que les tomaría un mes y cuatro días (que no se quejen tanto los transportadores de hoy por un par de días de demora). (Lea También: El Mito de la Gaitana, Pitalito)
Cuando llegó a Cali, Sebastián de Belalcázar estaba en España arreglando sus diferencias con Jiménez de Quesada. Así, las credenciales de Andagoya fueron reconocidas por todos, incluso por el fundador de ciudades Jorge Robledo, que de subordinado de Belalcázar pasó a ser su enemigo mortal.
Allí, sin duda, arrancó para la historia la rivalidad entre vallunos y paisas.Pero volvamos a la costa, a donde habían tenido que regresar los caballos de Andagoya, incapaces de transitar por los estrechos y escarpados caminos indígenas de la cordillera.
En ausencia de Andagoya, pero siempre bajo su mando, fue Juan Jiménez de Ladrilleros el encargado de ‘poblar’ el puerto sobre el océano Pacífico que, como ocurrió en su momento con Cartagena, tomó el nombre de su bahía.
Este primer poblado de San Buenaventura tuvo, como la gobernación de Andagoya, una vida efímera. En 1542 el Cabildo de Cali incorporó estas tierras a su territorio mientras los indígenas, por su lado, arrasaban con el pueblo.
Andagoya, prisionero de Belalcázar, tuvo suerte de no ser condenado a muerte, que fue el destino de Robledo. Juan López de Velasco, el cosmógrafo mayor de Felipe II, pasó por la bahía de Buenaventura pocos años después.
En su Geografía y Descripción Universal de las Indias, escrita entre 1571 y 1574, dijo: «La población deste puerto es de solos tres o cuatro vecinos que la ciudad de Cali tiene puestos allí para que reciban las mercaderías». Esta bahía era, en sus palabras, «despoblada, enferma, áspera y muy lluviosa».
La situación se mantuvo igual por siglos. El camino a Cali, la principal entrada y salida del Nuevo Reino de Granada hacia el Pacífico, era casi intransitable, y el puerto estuvo siempre descuidado. En 1639 los indígenas volvieron a arrasar el poblado y mataron a sus pocos habitantes.
En una vuelta curiosa de la historia, en 1816, y por 40 días, el puerto de Buenaventura estuvo en manos argentinas. La toma la dirigió el almirante Guillermo Brown, reconocido como el fundador de la armada argentina.
Nacido irlandés, pero argentino por adopción, Brown venía recorriendo las costas del Pacífico en su bergantín Hércules haciéndoles la guerra, como fuera, a los españoles. Tras una dura batalla en Guayaquil, sus hombres tuvieron tiempo en esta bahía para recuperarse del escorbuto.
Con la Independencia le vino a Buenaventura un nuevo aire. Santander hizo trasladar al lugar que hoy ocupa, en la isla de Cascajal, tanto el puerto como la sede de gobierno del cantón de Buenaventura, que abarcaba entonces toda la costa pacífica de la provincia del Cauca.
En 1823 nombraron en el cargo de Gobernador de este cantón al joven coronel Tomás Cipriano de Mosquera. En ese mismo año de 1823 el viajero y luego diplomático francés Gaspar Mollien, autor del Viaje por la República de Colombia visitó el lugar.
Así lo describió: «Una docena de chozas habitadas por negros y mulatos, un cuartel con una guardia de once soldados, tres piezas puestas en batería; la casa del Gobernador, lo mismo que la de la Aduana, es de paja y de bambúes; situada en la islita de Cascajal, cubierta de hierbas, espinos, fango, serpientes y sapos: eso es Buenaventura».
Vino luego el Ferrocarril del Pacífico, cuyo trazado estuvo a cargo del ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros. Los trabajos se iniciaron en 1878 pero el tren finalmente llegó a Cali en 1915.
En una ocasión la creciente de un río destruyó 25 kilómetros de rieles recién dispuestos. Luego vino la carretera, concluida en 1946. Con mejores vías de comunicación el crecimiento de Buenaventura se hizo exponencial.
Entre el censo de 1993 y el de 2005, por ejemplo, Buenaventura sobrepasó en población a Montería, a Palmira y a Armenia; y le tomó ventaja a Popayán y a Sincelejo, convirtiéndose en la ciudad no capital (y no área metropolitana) más populosa de Colombia.
Para el cierre, otro fragmento del escrito de Gaspar Mollien, de 1823: «Por la importancia y por la belleza de su situación; Buenaventura debería ser una ciudad considerable; un comercio activo debería dar animación a su puerto; una población rica e industrial debería llenar sus calles, y numerosos barcos deberían entrar sin cesar, pero sin embargo no hay nada de eso». ¿Qué tanto ha cambiado en dos siglos?
Diego Andrés Rosselli Cock, MD
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