A los turistas que prefieren pasar sin detenerse por la Troncal del Caribe hay que recordarles que Ciénaga también tiene su historia.
Ciénaga, Magdalena, es un pueblo más de la orilla de la carretera. A no ser -claro está- que usted se detenga a evocar sus pasadas glorias.
Un general Cortés de ingrata recordación fue quien dio la orden. Los soldados, todos ellos cachacos, abrieron fuego sobre la multitud ese 6 de diciembre de 1928 en la estación del ferrocarril de Ciénaga, Magdalena, para poner fin a una huelga que ya casi completaba un mes.
No se sabe luego quién exageró más; si lo hizo el mismo general Carlos Cortés Vargas al afirmar impertérrito que los muertos no pasaban de la decena, mientras celebraba el triunfo de la gente decente sobre la guacherna (en palabras de Alfredo Iriarte), o si lo hizo Gabriel García Márquez en su versión novelada cuando escribió en Cien años de soledad que los cadáveres ocupaban vagones enteros de un tren interminable.
Muchos siguen creyendo hoy la versión de Gabo, a pesar de que él mismo confesó su propia exageración: «No podía ceñirme a la realidad histórica. No podía decir que hubo 3, ó 7, ó 17 muertos. Con ellos no llenaría ni un vagón pequeño. Así que me decidí por tres mil muertos porque esto se acomodaba a la dimensión del libro que estaba escribiendo.»
Sea como fuere, es difícil ubicar hoy en Ciénaga el sitio en donde ocurrió la famosa masacre de las bananeras. Qué haremos con esa tendencia nuestra a desdeñar el pasado, particularmente si es políticamente inconveniente. La estación fue demolida hace años, los rieles levantados, y un desordenado y bullicioso complejo comercial se alza hoy en el trágico lugar.
A los turistas desprevenidos que prefieren pasar sin detenerse por la carretera Troncal del Caribe hay que recordarles que Ciénaga también tiene su historia.
De hecho, cuando Rodrigo de Bastidas fundó a Santa Marta ya existía aquí un próspero poblado indígena dedicado tanto a la extracción de la sal como al comercio entre los pueblos de la Sierra Nevada, los de los palafitos de la ciénaga y los de las orillas del Magdalena.
Hoy al occidente de la ciudad, en la salida para Barranquilla, todavía subsisten laboreos de extracción artesanal de esa preciada sal marina, que emplean los mismos métodos de hace siglos. Y hoy todavía confluyen aquí los mismos caminos terrestres y acuáticos, y las mismas topografías y culturas de la sierra y la llanura, la ciénaga y el mar.
Nadie parece haberse dado cuenta. Hay quienes afirman que a Ciénaga la mató la carretera. Durante el máximo auge de la zona bananera Ciénaga no sólo tuvo una población mayor que la de Santa Marta, también llegó a afirmarse que era la ciudad colombiana con el mayor ingreso por habitante.
Tiempos aquellos -de los años veinte cuando los velones para la cumbia cienaguera se encendían con billetes y cuando los ricos de la ciudad educaban a sus hijos en Bélgica. Pero la crisis del banano primero y la carretera después facilitaron el éxodo de las familias pudientes -con sus capitales hacia Santa Marta y Barranquilla.
Los capítulos más interesantes de historia cienaguera corresponden sin duda al campo militar. Por lo menos dos grandes batallas ocurrieron allí durante la Independencia.
El 10 de mayo de 1813 Ciénaga fue escenario de un enfrentamiento entre las tropas republicanas de Cartagena y los ejércitos samarios, leales al rey de España. Ese día murieron cien soldados republicanos, y al día siguiente otros cuatrocientos quedaron en las playas víctimas de la artillería samaria.
Es lo que se conoce como el «Desastre de Papares». Entre las bajas figuró el comandante de las tropas de Cartagena, el coronel francés Luis Bernardo Chatillón. Tampoco tuvieron éxito los intentos de los cartageneros por tomarse la población el 13 y el 14 de mayo.
Pero vino luego el desquite en la sangrienta batalla que se libró el 10 de noviembre de 1820. Esta vez perdieron la vida 600 soldados realistas y 40 republicanos en la toma de la ciudad que lideraron ni más ni menos que el general Mariano Montilla, los almirantes José Prudencio Padilla y Pedro Luis Brion, y los coroneles Hermógenes Maza, José Vicente Calderón y Francisco José Carmona.
Este último general, Francisco José Carmona, fue un pintoresco caudillo que viviría luego muchos años en Ciénaga. De hecho murió allí de manera tragicómica durante el carnaval de 1852. Indignado porque un negro vestido de general había leído el bando del carnaval, se enfrentó primero con el hombre del disfraz, luego con el alguacil y finalmente con toda la población.
El héroe de la batalla de las Queseras del Medio (1819) y uno de los líderes costeños en la guerra de los Supremos (1840-1842) murió apaleado por intolerante, en plena fiesta.
Pero pasemos al momento culminante de la historia bélica de Ciénaga. El 13 de octubre de 1902 se libró en las calles del pueblo la última de las muchas batallas de la guerra de los Mil Días. Las fuerzas liberales comandadas por el general Rafael Uribe Uribe atacaron la ciudad, mientras las tropas del gobierno estaban acorraladas en la plaza principal.
Los conservadores habrían sido derrotados de no ser por la llegaba del vapor Nely Gazán que, con su fuego de artillería; inclinó la balanza a favor de las tropas gobiernistas. Una bala mató a la mula del general Uribe, otra le rasgó la ropa sin herirlo; poco antes de que el general Florentino Manjarrés le hiciera una propuesta de paz al líder liberal, que él inmediatamente aceptó.
Vino luego un armisticio y finalmente la firma del famoso tratado de Neerlandia; nombre de la hacienda vecina en donde, en medio de un sancocho de gallina, se puso fin a esta guerra el 24 de octubre de 1902. Es difícil decir quién ha salido victorioso en el balance bélico de esta ciudad costera.
Pero encontrar ganadores no es, contrario a lo que muchos creen, la función de la historia. Cuánto más sabríamos de nosotros mismos si aprendiéramos de nuestras derrotas; que sin duda han sido muchas más que nuestras victorias en vez de haber optado por ignorarlas.
Diego Andrés Rosselli Cock, MD.
Batallas olvidadas de Ciénaga.
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